Pobre, mujer y negra:
Ella Fitzgerald
First Lady Of Song
Artículo: Milagros Soler
Cervantes
Nació
el 25 de Abril de 1917 en Newport News (Virginia), estado
esclavista del sur de Estados Unidos. Fue educada
por su madre y su padrastro, protagonizando una infancia de pobreza
en cuyo escenario la droga y la prostitución estuvieron siempre
presentes.
La familia se trasladará a Yonkers donde, tras la muerte de su
madre, huirá definitivamente del acoso y los abusos sexuales de su
padrastro.
Buscará refugio en Harlem, donde se ganaba la vida cantando y
bailando por las
calles acompañada de su primo, encargado de recoger
en un sombrero el dinero que en él depositaban los transeúntes.
Admiraba profundamente a las Broswell Sisters. Según ella misma
declarará más tarde, fueron sus únicas profesoras de música, ya que
las imitaba cantando junto a la radio cuando sonaban sus melodías.
Su inquietud artística le llevó a intentar el éxito en los
escenarios como bailarina.
Un
día –declarará la cantante–, hice una apuesta con dos amigas:
como
a las tres nos atraía el escenario, sorteamos a ver quien se
presentaba a un concurso para principiantes. Yo gané. Quería
presentarme como bailarina pero, en el último momento casi me
obligaron a cantar, de modo que canté. Así comencé a ganar todos los
concursos.
Yo quería ser bailarina, no cantante –insistirá Ella–. Salí al
escenario y al ver a toda la gente tuve un ataque de nervios.
Entonces traté de cantar.
Ante su propio asombro, comenzó a cantar Judy y The Object of my
Affection. Había nacido un mito.
El Apollo Theatre de Harlem en Nueva York, a partir de ese año de
1934 y gracias al concurso semanal Amateur Night Show en el que
Ella Fitzgerald había participado, se convirtió en uno de los
centros de producción de más prestigio entre los artistas negros del
momento.
Aquella misma noche el saxofonista Benny Carter quedó impresionado
por la voz de aquella muchacha de apenas dieciséis años. La
recomendará a Benny Goodman como vocalista de su orquesta y
finalmente a Fletcher Henderson, pero será el jorobado Chick Webb
el que la contratará definitivamente para cantar en su banda, por un
salario de apenas 25 dólares. Nos
sigue contando Fitzgerald:
–Al principio, Chick tenía un hombre como cantante y no quería una
mujer. Entonces me dijo: Mañana tocamos en Yale, tomate un autobús
hasta ahí y si les gustas, te quedas en la banda.
Al que tenía que convencer con su voz era a Moe Gale, el manager del
grupo. Chick le había advertido a este:
–No la mires. Sólo escucha su voz
Chick sería desde entonces su mas rendido admirador y padre
espiritual de su carrera artística.
Cuando Webb murió, la diva afro-americana decidió quedarse con
aquella big-band, que pasaría a llamarse Ella Fitzgerald and her
Famous Orchestra.
Durante ese periodo abarcó todos los estilos. Se inició como
cantante de swing para continuar con bebop y
destacando como nadie lo había hecho hasta entonces en el scat, improvisación
vocal sin letra, en el que llegó a alcanzar las máximas cotas de
perfección.
Merecen especial mención las interpretaciones que hará del tema
Lady be good y el éxito alcanzado con A-tisket, A-tasket. Esta
última canción fue creada por Feldman en 1938 para ella, basándose
en una idea original de la Fitzgerald.
En 1942, agotada por el esfuerzo que suponía cantar y dirigir la
orquesta diariamente, decidió deshacer el conjunto.
Se adaptó a todo tipo de canciones, a las que imprimía su genial y
particularísimo sello: blues, bossanova, calipso,
gospel, soul,
himnos navideños, temas de la actualidad, pop...
En los años cincuenta se incorporaría a la Jazz at the philarmonic
de Norman Granz, derivando sus interpretaciones hacia la balada. Compartió escenario con estrellas como Duke Ellington, Benny Goodman,
Count Basie, Abbot y Costello, Louis Armstrong y Sinatra, entre
otros.
En la década de los cuarenta se casa por primera vez con un
trabajador portuario. Su matrimonio durará apenas tres años
(1941-1943); en la década de los cincuenta volverá a contraer
matrimonio con el músico bajista de jazz, Ray Brown, con el que, a
pesar de que su separación se produciría apenas cuatro años después,
tuvo a su hijo Ray Brow Jr., que seguirá el camino musical de sus
padres en el mundo del jazz.
Abarcando todo tipo de registros, sin plantearse ninguna restricción
musical, Ella Fitzgerald se hizo acreedora de un palmarés pocas
veces igualado. Más de doscientos cincuenta discos, trece premios
Grammy, incluso un título como Doctora Honoris Causa concedido por
la muy sureña Universidad de California.
Cuando iniciaba un scat la audición resultaba sencillamente
mágica. Las notas parecían imbricarse en al aire, formando parte del
alma invisible de las cosas. Alguien dijo de su voz que fue creada para copiar los instrumentos
musicales, a lo que ella respondió:
–Solamente traté de hacer lo que
escuché que hacían las trompetas de la banda.
Tonny Bennet dirá, refiriéndose a Ella:
–Esa es mi idea de lo que es
ser una gran cantante. No hay nadie mejor.
Haciendo gala de la famosa pésima salud de hierro que se atribuye
a las mujeres, inició su declive físico en los años setenta, cuando
comenzó a tener serios problemas en la vista.
En 1985 sufrió un
edema pulmonar durante una de sus actuaciones. Se verá sometida, a
causa de la diabetes, a una intervención quirúrgica en la que le
serán amputadas ambas piernas. Sufrió ataques cardiacos y murió
finalmente el 15 de Junio 1996, a los 78 años de edad, dejando tras
de sí un legado de valor incuestionable.
Duke Ellington dará testimonio musical de la personalidad de esta
mujer incomparable en su obra Portrait of Ella Fitzgerald.
Con su muerte, el mundo jazzístico quedó paralizado. La Música
entonó un aria irrepetible.
La niña que
soñó ser bailarina y triunfó como cantante, la mujer sin piernas que
caminó por todas las sendas del pentagrama, la visionaria casi
ciega... pobre, mujer y negra: No hay epitafio posible. Si acaso, un
scat como Réquiem.
Solo un saxo de
fondo. Y su voz.
Eternamente Ella.
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