Biografía
Novelas biográficas:
La quinta del Espíritu Santo
(Accésit Premio "Puente de Ventas", Ayuntamiento de Madrid, 1995).
El paraíso
perdido: Sevilla
Gustavo Adolfo
Bécquer nació en Sevilla el miércoles 17 de febrero de 1836, en el
número 9 de la calle Ancha de San Lorenzo (actual Conde de Barajas),
en una
casa que en la actualidad no
existe. Fue bautizado el jueves 25 del mismo mes en la parroquia de
San Lorenzo Mártir, oficiando de madrina Manuela Monnehay, hija de
un perfumista francés instalado en Sevilla y discípula del padre
pintor del poeta.
Los Bécquer, nobles flamencos, llegaron a Sevilla a finales del
siglo XVI para comerciar, y pronto alcanzaron una próspera situación
entre las familias sevillanas más altas, con capilla propia en la
catedral hispalense.
El padre, don
José Domínguez Bécquer, pintor de
costumbres, casó con doña
Joaquina de la Bastida y Vargas, y de este matrimonio
nacieron ocho hijos. Don José tuvo éxito pintando para los ingleses
viajeros que compraban entusiasmados sus cuadros costumbristas, lo
que le permitió mantener holgadamente a su familia.
La infancia del poeta fue dichosa hasta los cinco años, en que
murió su padre. Después, a los once, moriría su madre, mientras el
niño estudiaba para marino en el colegio de San Telmo en condición
de pobre pero de familia noble.
Protegido por su madrina y por su tío Joaquín Domínguez Becquer,
importante pintor sevillano, el poeta aprende pintura y humanidades
y estrecha relaciones en especial con su hermano Valeriano, que
andando el tiempo se convertirá en importante pintor y protegera al
poeta en momentos difíciles. Progresa el niño rápidamente, como
demuestra su
Oda a la muerte de don Alberto Lista,
escrita en 1848.
En 1853, Bécquer es ya un joven poeta que publica versos en
revistas y periódicos locales, y que conoce a otros incipientes
escritores que han de tener importancia en su vida, como Narciso
Campillo, futuro editor póstumo de sus obras, o Julio Nombela, autor
de unas importantes memorias que reconstruyen gran parte del periplo
vital becqueriano. Los tres poetas forman una sociedad literaria y
recogen sus poemas con la ilusión de publicarlos en Madrid y
alcanzar fama.
Su educación literaria, dirigida en el Instituto sevillano por
Francisco Rodríguez Zapata, discípulo del gran ilustrado Alberto
Lista, es clasicista, con especial aprecio a los poetas latinos y
españoles del Siglo de Oro, en especial, Fray Luis de León, Herrera
o Rioja. A la búsqueda del ritmo musical, de la expresión ajustada y
noble, se une una inclinación prerromántica hacia lo sublime: la
emoción ante la noche, la muerte, la fragilidad humana, etc., tal y
como habían cantado Young, Rousseau o Chateaubriand.
La familia Bécquer, en arte y en política, se identifica con la
Sevilla conservadora. Así, mientras en Madrid, en 1854, triunfa la
intentona liberal-popular de O'Donnell, la «Vicalvarada», el poeta
exhibe su espíritu satírico frente a la revolución en unos dibujos
que se conservan en un álbum denominado Los Contrastes, o Álbum
de la Revolución de Julio de 1854, por un Patriota.
Un retrato de 1853 nos muestra al
Bécquer de gusto clásico, fino y esmerado.
El sueño
madrileño
El romanticismo lo invade todo, y pronto Gustavo Adolfo se deja
ganar por el sueño de conquistar gloria y fortuna en Madrid.
Abandona Sevilla y, con la ayuda de su tío, llega a la
Corte en octubre de 1854. Nombela
lo espera, y Campillo ha de llegar en breve. El primero da detalles
de la lóbrega pensión en que ha de hospedarse, donde, en cambio, la
patrona doña Soledad, andaluza así mismo, lo protegerá.
Hasta 1860, en que gracias a otro de sus grandes amigos y
editores de su obra póstuma,
Rodríguez Correa, le consiga un empleo fijo de redactor
en un gran periódico centrista español, El Contemporáneo,
Bécquer conocerá las privaciones y la forzosa bohemia que han
sufrido la mayoría de escritores en España. Para ganar el pan tuvo
que hacer de todo: biografías de políticos a destajo, traducciones,
chupatintas en una oficina pública, dibujos, zarzuelas, etc.
La estética becqueriana, formada de un cierto clasicismo
entreverado de romanticismo medievalista, encontrará en Madrid un
nuevo ambiente poético del que saldrán, finalmente, las Rimas
becquerianas. El romanticismo desarrolla una faceta desatendida
anteriormente: la intimista, y se concentra en las verdades del
corazón a través del poema breve, directo, o de la balada germánica,
imaginativa y sugerente. Interesan ahora el Byron de las Hebrew
Melodies, o el Heine del Intermezzo a través de
la importante traducción que Eulogio Florentino Sanz
realiza en 1857 en la revista El Museo Universal.
En 1857 emprende una obra importante, la Historia de los
Templos de España. Se trataba, siguiendo a Chateaubriand, de
estudiar el arte cristiano español uniendo el pensamiento religioso,
la arquitectura y la historia: «La tradición religiosa es el eje de
diamante sobre el que gira nuestro pasado. Estudiar el templo,
manifestación visible de la primera, para hacer en un sólo libro la
síntesis del segundo: he aquí nuestro propósito.» El proyecto,
inacabado pero que reunió a grandes especialistas, muestra las dotes
organizativas del poeta «soñador».
Para ganar algún dinero el poeta escribe, en colaboración con
sus amigos, comedias y zarzuelas como La novia y el pantalón
(1856), en que satiriza el ambiente burgués y antiartístico que le
rodea; o, entre otras, La venta encantada, basada en el
Quijote.
En 1858, cansado y debilitado por el trabajo y las
penurias, cae el poeta gravemente enfermo. Le asisten su hermano
Valeriano y su amigo Rodríguez
Correa, quien, para encontrar recursos, rebusca entre los papeles de
Gustavo Adolfo y encuentra la primera de las leyendas publicadas,
El caudillo de las manos rojas, de ambiente hindú y de un
exotismo orientalista bastante nuevo en España.
El amor y las
primeras rimas
Las
tertulias artísticas en lugares públicos (cafés)
o privados (casas particulares) proliferaron extraordinariamente en
el siglo XIX. Don Joaquín Espín, maestro director de la Universidad
Central, profesor de solfeo en el Conservatorio y organista de la
capilla real, protegido de Narváez y bien introducido en palacio,
tenía dos hijas, Julia y Josefina, y daba alguna tertulia musical en
su domicilio.
Julia, nacida en 1838, soñaba con llegar a ser una
cantante de ópera famosa, como su tía bisabuela materna Colbrand,
primera esposa de Rossini. En 1856 había cantado ante los reyes,
estudio en el extranjero, actuó en La Scala de Milan en 1867 y en
Rusia en 1869. En 1873, dos años después de muerto el poeta, casó
con Benigno Ortega, que llegaría a ministro de la Gobernación.
De Josefina se sabe poco. Tenía los ojos azules (Julia, negros),
y según Rafael Montesinos las primeras rimas becquerianas
manifiestan un posible galanteo con la hermana de Julia.
Bécquer, que aún no era famoso, y sus amigos, todos jóvenes,
acudían a la tertulia de los Espín. El poeta leía sus versos y
manifestaba sus excelentes dotes musicales. Para todos era evidente
su inclinación hacia Julia, la cual, con aspiraciones más altas,
aunque estimaba el arte del poeta, no le consideraba un partido
adecuado, y le disgustaba el ambiente bohemio y poco limpio que le
rodeaba.
Jesús Rubio ha editado los dos álbumes de Julia, con
textos y dibujos del poeta
dedicados a su musa, a la que no olvidaría nunca y a la que dedicó
una parte importante de sus rimas.
Periodismo,
política y boda
De 1858 a 1863,
la Unión Liberal de O'Donnell gobierna España. En 1860,
González Bravo, personaje
importante de la oposición conservadora de Narváez, con el apoyo del
financiero Salamanca, fundan El Contemporáneo, dirigido por
José Luis Albareda y en el participan redactores de la importancia
de Valera. Rodríguez Correa, ya redactor del nuevo diario, consigue
que entre Bécquer. Se trata de hacer oír al voz del ala liberal del
partido moderado. En este periódico el poeta hará de todo: crónica
de salones, política, literatura... Desaparece El Contemporáneo
en 1865.
Y de repente, ante la extrañeza de sus amigos, el poeta se casa
en 1861 con Casta Esteban y Navarro. La había conocido en la
consulta de su padre, a la que Bécquer acudía para tratarse de una
enfermedad venérea contraída en sus años bohemios.
Son años fructíferos en los que el poeta publica la mayoría de
sus rimas y leyendas y se hace un nombre, además de poder mantener
una familia con hijos. Pero en la intimidad de sus escritos el poeta
se duele del fin de sus ilusiones. A su ascenso artístico y social
(protegido del ministro conservador González Bravo, que lo nombra
censor de novelas con un excelente sueldo; director de importantes
revistas y periódicos, etc.) le acompaña un
aburguesamiento paralelo al de la
sociedad madrileña postromántica, realista y poco sensible.
Veruela
Su
quebrantada salud necesita un descanso, y por consejo de su íntimo
amigo
Ferrán, autor de
cantares, con su familia y
acompañado de su hermano Valeriano, recientemente separado de su
mujer, y de los hijos de éste, se retira en 1864 al
Monasterio de Veruela, monasterio
cisterciense desamortizado y en el que haya instalada una hospedería
en las antiguas celdas. Desde allí remitirá al periodico sus famosas
cartas Desde mi celda, en las que, además de hacer reportajes sobre
tipos y paisajes, hace un repaso de su vida pasada y actual, marcada
por un profundo desencanto.
Revolución y
destierro. El primer manuscrito de las rimas
1868
será un mal año para el poeta. Casta le es infiel y Gustavo se
separa de ella quedando los dos hijos a su cargo. Perderá, con la
revolución liberal, su puesto oficial, al tiempo que cae el
ministro, protector y admirador de Bécquer Luis González Bravo,
quien le había pedido que reuniese sus poesías para publicarlas a su
costa. Así lo hizo el poeta, organizando sus rimas en el primer
manuscrito del
Libro de los gorriones, con
prólogo del ministro.
Pero en los disturbios de la revolución el palacio de González
Bravo fue asaltado por la muchedumbre y el manuscrito se perdió.
En
Toledo, los hermanos Bécquer, con
sus hijos, se refugiaron hasta que amainase el vendaval
revolucionario.
Muerte de los
hermanos Bécquer. Publicación de las Obras Completas
Volvieron en
1870, a un hotelito en las Ventas llamado
La Quinta del Espíritu Santo.
Convencieron a Eduardo Gasset para que fundase La Ilustración de
Madrid, en la que el poeta sería el director y Valeriano
dibujante. Colaboran estrechamente ambos hermanos en multitud de
dibujos con texto, hasta que el 23 de septiembre de 1870 muere
Valeriano. Rodríguez Correa, que ha prosperado mucho, se lleva al
poeta y los hijos a un lujoso piso en la calle Claudio Coello, en el
barrio de Salamanca.
Pero el poeta ya no resiste el golpe. Mientras agoniza, pide a
Ferrán que queme sus cartas («serían mi deshonra»), que publiquen su
obra («Si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento
de que muerto seré más y mejor conocido que vivo») y que cuiden de
sus niños. Murió a las diez de la mañana, después de pronunciar las
terribles palabras, reveladoras del desencanto que le embarga, «Todo
mortal». En Sevilla había eclipse total de sol.
Inmediatamente, los amigos, especialmente Ferrán y Correa,
iniciaron los trabajos para editar y financiar la publicación de las
Obras Completas del malogrado amigo, que en sucesivas
ediciones fueron incorporando la mayoría de los textos que hoy
conocemos del poeta, afortunadamente salvados del olvido.
Fuente:
http://www.xtec.es
|