NOTAS EXTRAÍDAS DE LA CORRESPONDENCIA MANTENIDA CON
MANUEL
MARÍA TORRES ROJAS Y DE SUS RELATOS
SOBRE EL CORTIJO DE LOS CIPRESES EN LA VEGA ALTA DE GRANADA.
Avatares y descripción del interior de la vivienda.
"El tiempo no
se detiene, más que para que el niño juegue en Los
Cipreses".
M. Mª. Torres Rojas |


Señorío
de Los Cipreses.
Vidriera en azul y blanco de cristal veneciano.
Como consecuencia de la
publicación de mi artículo "Cortijo
de los Cipreses. Una negligencia municipal nada
ingenua" (Noviembre, 2012) denunciando el
estado de deterioro de dicho predio, tuve la
fortuna de que D. Manuel María Torres Rojas se pusiera en contacto
conmigo. A lo largo de varios meses, durante los
años 2012 y 2013, mantuve con él gratísima
correspondencia. Me permitió generosamente compartir
sus recuerdos, contribuyendo con paciencia infinita
a conformarme una idea de cómo fue el interior de la
vivienda en los días de su máximo esplendor.
Recuperando recuerdos de sus
infancia, de la mano de quien otrora fuera el niño
Manuelito, recorrí los espacios mágicos de la
hacienda. Visitamos huertas y jardines, entramos en
estancias prohibidas, exploramos perfiles humanos,
descendimos a tenebrosos aljibes y chapoteamos en
las acequias.
Lejos quedan esos días que
rescató para nosotros de su memoria. Sin embargo,
todavía en las ruinas de la finca puede adivinarse
la grandeza de la que fuera una de las caserías más
renombradas de la Vega de Granada. Responsabilizamos
de la situación actual a todos aquellos que no
tuvieron la sensibilidad de ver en ella la belleza y
reconocer el incuestionable valor documental que
para la historia de la ciudad encierra.
Lo que traslado a continuación
es un compendio de textos extraídos de sus escritos
y fragmentos de los correos que tuve el privilegio
de compartir con él.
Milagros Soler
Cervantes
Granada, 1 de
Noviembre de 2013
|
FRAGMENTOS DE
SUS RELATOS
LOS CIPRESES

Capítulo 1º·
Martes,
31 de mayo de 2011
En la vega de Granada
las fincas de regadío son conocidas como caserías. Mis abuelos
maternos construyeron en la de su propiedad una casa cortijo al
estilo andaluz. El predio se llamó, con lógica y armonía, Los
Cipreses, pues a esa especie pertenecían los preciosos ejemplares
que escoltaban el largo carril de entrada.

Las quintas
nazaríes compaginaban jardines poéticos con huertas de
producción agrícola.
Los accesos solían estar
bordeados por árboles y arbustos.
(Fragmento del
plano realizado por Ambrosio Vico)

Acceso por un
portón de doble hoja en el muro perimetral abierto tras la venta
de la finca por la familia Rojas.
En su origen, al predio se
entraba a través de un arco con hornacina albergando una imagen
de la Virgen.

Camino de entrada
al señorío del cortijo, en otro tiempo bordeado de cipreses.
A la derecha se
abría una vereda que conducía a la casa de labor.
En primer plano,
restos de cipreses carbonizados. La finca ha sufrido reiterados
incendios.
La casa se inauguró un día doce de septiembre para acoger los
festejos de la boda de mis padres, ya que a tal fin fue expresamente
inaugurada. Mi madre me recordaba que ese día se conmemoraba el
“dulce nombre de María”. Y yo rememoro ahora a mi madre, la persona
más dulce que ha existido. Era toda generosidad, bondad y ternura.
Vivió para los demás, nunca para sí. Pocos días antes de morir entré
en su habitación. Muy débil ya, me dijo: “déjame mirarte a los ojos.
Quiero saber cómo estás”. De su sufrimiento, ni una palabra.

Puerta principal fotografiada el
día de la boda de los nuevos propietarios de la finca.
Pórtico en terraza con
balaustrada de piedra artificial y cubierta sostenida por
columnas.
Artesonado en palillería de madera rematados con canecillos y
talla de estilo granadino.
Que las celebraciones fueron sonadas lo prueban testimonios
escritos, fotografías y la tradición oral. La doble escalinata de la
entrada noble a la casa no bastaba para acoger todo el vuelo de la
cola del vestido de mi madre. Mi padre vestía el uniforme del cuerpo
de Abogados del Estado, al que acababa de ingresar por oposición.
Busco y rebusco en revejidos álbumes familiares y separo una foto de
aquel solemne día. Sí, la cola del vestido de la novia desciende
escalón a escalón y se arrastra por el jardín... la foto se acaba,
pero no el vestido... hay pajes Luis XVI, con albas pelucas llenas
de tirabuzones y también damas de honor, entre ellas tía María Luisa
y tía Rafaela, ambas con bucles y caracoles, esta vez naturales y
oscuros, además de blancas redecillas a manera de casquetes en sus
cabezas, y veo abanicos plegados y ramos de flores naturales. Tía
Emilia es una de las damitas que lleva la cola. Las flores del
regazo de la novia, mi madre, son nardos, flor y aroma que hoy
prefiero. Mi padre, alto y moreno. Mi madre está pálida y...
¿asustada?

La boda de
Josefina Rojas Ballesteros (heredera) y Miguel Torres, padres de Manuel María.
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Foto con sus
hermanos.
Eran otros tiempos. Mi madre solía decirnos: “entregué a vuestro
padre mi voluntad en el altar”. Con los años tendrían nueve hijos.

Información sobre el
nacimiento del noveno
hijo de Josefina Rojas Ballesteros
Sección Notas de
sociedad del ABC (5 de octubre de 1956)
Hablando de entregar a otros la voluntad de uno, práctica no
recomendable, contaré que tía Rafaela y tía Emilia profesaron en las
Clarisas Capuchinas. La primera de ellas hizo mejor carrera pues
llegó a Abadesa del Convento de Chauchina y tiene hoy abierto en la
curia vaticana expediente para su canonización. Es fama su muerte en
olor de santidad. Eso cuentan los más chochos del lugar.

Estado del pórtico de la
vivienda en 2012 que puede verse en la fotografía de la
boda.

Sobre el pórtico
de la entrada se sitúa el dormitorio principal.

Sobre la puerta de
entrada, huellas en el lugar donde estaban las placas cerámicas.
La central
contenía la imagen de una virgen. Las laterales, fecha del
año de la boda.

Pórtico y puerta principal
tal y como estaban el día de la boda.

Vista desde el
pórtico de lo que fuera el jardín de la vivienda.
Capítulo 2º·
Miércoles, 8 de junio de 2011
La
casería, de regadío y con algunos marjales de secano para cereal,
era labrada por el capataz de la finca, llamado Frasquito, con la
ayuda de tantos jornaleros cuantos lo requirieran la estación y los
cultivos. Su mujer, Ángeles, tenía un diente de oro y se ocupaba de
tareas domésticas, que incluían amasar el salvado para las gallinas,
recoger sus huevos y evitar que una perra mil leches por nombre
Cuqui me mordiera más de la cuenta. Aún hoy día, cuando desayuno mi
ración de cereales, me acuerdo de las gallinas de Los Cipreses.
Manuel Mª. Torres Rojas con su
perrita "Ivonne"
En aquellos años, el trigo, la avena y la cebada se segaban a mano.
La trilla se hacía con mulas, en eras preparadas a tal fin
apisonando un rodal de tierra. La parva quedaba tendida en la era
después de trillada y se aventaba con horcas para separar el grano
de la paja. Luego se cernía aquél en cedazos. Algunas veces dormí en
la era con los segadores. Tan exótica experiencia hace que no tenga
en olvido dos nítidas vivencias. La primera es que las picaduras de
mosquitos de una era de trillar son una buena pejiguera. La segunda,
que las briznas de paja esparcidas al viento pican más que los
mosquitos. Pero yo era feliz.

Vista de los
campos de trigo que se extendían hacia Maracena a la sombra cortijo.
El ciclo del cultivo del cereal se cerraba en septiembre con la
quema de los rastrojos. Tarea apasionante. Se elegía una tarde
desventada y con rastrillos extendíamos el fuego estratégicamente
por los cuatro costados de un haza. El olor a paja quemada me duraba
días en el pelo. Por lo visto se siguen quemando rastrojos en zonas
cerealeras de España y
continúa también la polémica sobre si tal práctica es beneficiosa o
perniciosa para la capa fértil del suelo. Útil no lo sé, divertido mucho.

Aspecto de los
campos tras el incendio sufrido en octubre de 2013.
Cipreses,
higueras, granados, almendros y olivos fueron arrasados
por las llamas.
Se produjo por una
chispa de la radial que usaron los ladrones para robar sus
cerramientos de hierro.
Capítulo 3º·
Viernes, 10 de junio de 2011
La casa‑cortijo,
rectángulo enorme de muy bellas y simétricas proporciones, se
cerraba con dos puertas. La principal daba acceso a la casa de
los señores. En el extremo opuesto un portón servía de entrada a
la de los guardeses, a los corrales de las aves y conejos, y a
los establos de las bestias de labor.

Fachada principal
orientada hacia Sierra Nevada.
En el meridiano del gran recinto rectangular dos patios
separaban nuestras dependencias de las dedicadas a graneros para el
cereal, así como de un enorme secadero de tabaco y de la propia
vivienda de los capataces. Hileras de naranjos, una morera de buen
porte guiada de manera que los niños pudiéramos comer a su sombra, y
dos grandes tilos, más grandes que los del famoso paseo de Berlín,
ornaban el patio importante. Flanqueaban el lado este del patio
arcos encalados medianeros con un frontón, que también servía para
el fútbol, baloncesto o inclusive ¡el polo en bicicleta! La mía era
una especial BH azul. Cuando se me quedó pequeña, se acabó la niñez.
No hubieron otras. Ni bicicleta ni niñez.

Desde la puerta
lindante con la carretera de Jaén se abren dos caminos. Uno al
señorío y otro a la casa de labor.
Siendo propietaria la
familia Rojas sólo existía el histórico carril flanqueado por
cipreses.
Al fondo a la
derecha, junto a la casa de labor pueden verse todavía la morera
centenaria y un granado.

De izquierda a
derecha: Señorío con dos niveles de ocupación, casa de labranza
y secadero.
Junto al secadero,
la antigua morera y a su derecha, el granado.
Dentro de la
vivienda, en el patio del pozo y los naranjos, se conservan los
dos viejos tilos.

Patio de los
naranjos, ya desaparecidos y pozo con aljibe de posible origen
nazarí.
Fachada
interior del señorío. A la izquierda, muro que separa cuadras y
corrales.
En este patio se
unen las dos viviendas: el antiguo predio (izquierda) y el nuevo
cortijo (derecha).

Vista desde el patio de los
naranjos de la
antigua casería con los dos grandes tilos al fondo.

El pozo-aljibe con brocal de
planta octogonal y arco de hierro forjado.

Arco de hierro
sobre el pozo del que pendía la garrucha para subir y bajar el
cubo.

Muro perimetral de
la antigua casería destinada a la servidumbre y morera.
Capítulo 4º·
Martes, 14 de junio de 2011
En el centro del patio de los naranjos había un pozo para
abastecer de agua, no potable, a la casa. El agua se bombeaba mediante un viejo
motor diesel a unos enormes depósitos de uralita encaramados en la torre
principal. La otra torre, blanca de cal y azul de añil, con vigas de madera
vista, servía para secar pimientos y tomates y colgar melones de invierno, tan
ricos de comer en Navidad.

Torre de la vieja
casería con secadero en el piso superior.
Adornos en azul
añil en los voladizos sobre el blanco cal de la fachada.

En la remodelación
de la antigua casería se incorporó el azul y blanco en la
decoración.
La operación del bombeo del agua era un espectáculo. Frasquito
bajaba hasta el nivel del motor por unos asideros de hierro clavados en la
pared. Sin luz. Según cumplía años, aumentaba la emoción. Poner en marcha el
motor tenía su mérito y el premio era un pestazo a gas‑oil que aún me persigue.
Eso si no pasaba algo en la bomba sumergida bajo el nivel freático. Descender de
la plataforma donde estaba el motor hasta el nivel del agua era para nota. Quede
claro que Frasquito murió de viejo en su retiro en el pueblo de Maracena.
Al cabo de dos o tres horas, los aliviaderos de los depósitos, ya
colmados, empezaban a soltar agua. Entonces era urgente buscar a Frasquito para
que bajase al pozo a parar el motor y evitar el desperdicio de agua. Pero
Frasquito podía estar labrando en la hoya de los chumbos, en la otra punta de la
casería, que medía más de doscientos marjales, y ya se sabe que un marjal son
cien estadales granadinos. Si estaba en la finca su sobrino Antoñito, a él
tocaba buscar al guardés‑capataz, al grito horrísono de “Tito, que se errama el
aguaaa...”.

Apertura del pozo
del aljibe con escaleras adosadas.
Antoñito pasaba buena parte del verano en casa de sus titos y era
hijo único de una sobrina de nuestros guardeses, que vivía en Sevilla. Su madre
era guapa y con buena facha y tenía un vestido blanco con lunares azules. Al
padre nunca le vi. El gordo, pelirrojo y pecoso de Antoñito era compañero de
nuestros juegos y le hacíamos de rabiar, creo que sin mala intención, aunque sí
con cierto “espíritu de clase”. Comía sangre frita, sartenadas de papas fritas y
sopas de ajo.
Capítulo 7º·
Lunes,
27 de junio de 2011
La vespertina tertulia de los mayores era diaria, variada en su
composición y temas e itinerante. Esto último porque, según la climatología del
momento, se podía reunir en la plazoleta del jardín, o en la de las tinajas, en
el porche de la entrada principal o en el gran salón de la planta baja. Estaba
abierta a tres generaciones: la de mis padres, la de los sobrinos mayores y la
de los adolescentes, sin voz ni voto. Eran habituales los hermanos Torres López
residentes o de visita en Granada, y los primos Moreno Torres, Ramos Torres y
Morales. Se cuenta de algún tío, o de mi padre, que llegaban a las tertulias ya
iniciadas diciendo “decidme de qué se trata, que me opongo”.

Plazoleta delante
del pórtico de la entrada principal y camino del jardín.
De izquierda a
derecha: hermana mayor, padre y tía Josefa de Manuel María
Torres Rojas.
Con camiseta de
rayas, Manuel María de niño. Tras el padre, una de las grandes
tinajas.

La puerta de
entrada se abría a un zaguán cuadrangular que permitía el acceso
al salón.
Está revestido de un
zócalo alto de azulejos sevillanos. Al fondo, el patio de los
naranjos y pozo.

En el arranque de la
escalera,
Manuel María nos
espera para guiarnos en la visita.

Salón
distribuidor. A la derecha, entrada desde el zaguán.
A la izquierda,
puerta del patio de los naranjos. Al fondo, escalera de madera y
despensilla.

El gran salón
desde la escalera. Al fondo, el comedor.
Solería con cenefa
perimetral y zócalo de azulejos azul añil.
Tía Pepita, viuda, y Pilar Ramos, soltera, se quedaban temporadas con nosotros,
en Los Cipreses y en Madrid. Por cierto que en aquel entonces, guerra civil
mediante, ser viuda y joven era frecuente; varias de mis tías lo eran y con
mérito, pues sacaron adelante a sus familias con esfuerzo y provecho ejemplares.
Otro rasgo característico de los Torres, educacional entiendo, es que no quieren
perros en sus casas. Cuando mi hermano pequeño, de nombre Valeriano como nuestro
abuelo, hizo la primera comunión, Pepe Ramos, el primo huérfano que vivía con
nosotros, tuvo un gesto de valentía y le regaló una preciosa cachorra de pastor
alemán, bautizada como Ivonne. Aquel verano la cachorrita fue la estrella y
comprendí que se puede querer muchísimo a un perro, y que éstos merecen y
esperan todo de nosotros, a cambio por el cariño y fidelidad que nos procuran.
Como no podía ser de otra manera, tratándose de mi familia y otros animales, que
diría Durrell, la experiencia terminó mal: se acabó el verano, se decretó que el
perro no podía vivir con nosotros en el piso de Madrid y para allá que nos
fuimos tristes, sin perro, y al colegio.

Manuel María con
su perrita Ivonne. A la derecha, Clarita.
Peor fue la vuelta al veraneo de Granada al año siguiente. Ivonne estaba flaca,
su mirada y su pelo sin brillo y...aún más grave, estoy convencido que el nuevo
guardés, que había sustituido al jubilado Frasquito, había zurrado a la
pobrecilla perra, que se mostraba huidiza incluso de nosotros. Hambre supongo
que no pasó, pues dejamos dinero para su manutención. Pero... tampoco desdeño la
hipótesis de que nuestros ahorros fueran malversados y gastados en humanos
vicios. La parte buena de esta triste historia es que yo he aprendido a querer a
los perros más que a muchas personas humanas en apariencia, pero deshumanizadas
por dentro. He tenido quince años conmigo a un caniche enano que sólo me falló
en el cuarto ejercicio para Notarías. Ahora tengo la perra más bonita, buena y
fiel del mundo. Aquél se llamaba Gustavo y ésta, una preciosa y blanquísima jack
russell terrier, responde al nombre de Clara.

Granadas en el
cortijo de los cipreses.
Viene
a cuento decir aquí que me acostumbré a cavar y sembrar con mis manos un pequeño
trozo de huerto, lo que hacía nada más llegar a Granada, a finales de junio.
Aprendí a utilizar la azada y el almocafre, a regar conduciendo el agua por las
compuertas y sifones de las acequias y a sembrar patatas y tomates, pimientos y
judías verdes, plantas todas que requieren, ya crecidas, ser guiadas con cañas
para que enrecien bien y no se doblen con el peso de los frutos. Una vez pasé
miedo porque me metí por unos conductos subterráneos que salvaban un ancho
camino, llevando el agua de la acequia de sifón a sifón. Vi y sentí sapos,
tortugas y culebras de agua. Pero no obré bien, pues aún suelo recordar aquella
angustia y aquella claustrofobia.

Cruce de acequias
con esclusas distribuidoras.
El agua que regaba
las fértiles tierras del cortijo procedía de la histórica
acequia nazarí de la Madraza.
El agua es muy importante en una vega y el sistema de riego herencia árabe. El
agua, siempre escasa, se administraba por una comunidad de regantes. En verano
llegaba a nuestra casería un par de veces al mes. El administrador del sistema
del pantano del río Cubillas, avisaba el día anterior la hora de nuestro turno
de regar para el siguiente. Igual tocaba de madrugada que al caer la tarde.
Frasquito siempre me avisaba y yo siempre le ayudé, aunque en inferioridad de
condiciones pues no tenía ni botas de agua ni sus manos y experiencia.

Manuel María Torres Rojas con su
hermana.
Mi madre prefería el verano de Los Cipreses al de Levante. Mi padre justamente
lo contrario, como de costumbre. Para ella la casería representaba la cercanía
de su mundo infantil, y también la de sus padres, que vivían en Granada capital
en un piso maravilloso lleno de salones con muebles de estilo, cuartos de estar
art‑decó, despachos modern style y galerías y miradores acristalados. La
despensa era enorme y repleta de especias para sazonar y de plantas aromáticas y
hierbas para aderezar para mí desconocidas. La pimienta blanca y la negra, el
clavo, la nuez moscada, el comino, el hinojo, el cilantro, la menta, la
albahaca, la alcaparra, el alcaparrón, el orégano, la hierbabuena, la
hierbaluisa, el azafrán, la canela o el estragón eran condimentos generosamente
empleados en la casa de Calvo Sotelo. Las matas o ramas de laurel, de tomillo y
romero colgaban de escarpias en las paredes.

Cocina de la casa.
Encimeras y restos de la chimenea central.
Suelo ajedrezado
con zócalo y
azulejos con cenefa de cuidada armonía cromática.

Cenefa de azulejos del
zócalo alto de la cocina.

Armario platero de
grandes dimensiones y puerta de acceso a la despensa.

Tirador de los cajones y
cierre de la puerta acristalada del armario.

Armario para
vajilla y cubertería en azul y blanco, colores emblemáticos de
la vivienda.

Puerta con
cuarterones incrustados en esqueleto de madera comunicada con el
gran salón.

Tata Mariana con Enrique, hermano
de Manuel María, en la cocina de Los Cipreses.

Fresquera antigua
para conservar y mantener los alimentos aislados de los
insectos.
Al pie del
armario, trozo de balaustrada del pórtico utilizada para romper
muebles y cristales.
Capítulo 8º·
Lunes, 4 de julio de 2011
Comer en casa de los abuelos entrañaba un cierto ritual
arábigo‑andaluz, refinado y de enorme variedad. El abuelo, en las comidas y en
todo lo demás, hacía vida aparte. Comía, solo, a la una de la tarde. Mantel de
hilo y encajes, flores en el centro, lavamanos de plata y cristalería azul de
bohemia. Jamón de las Alpujarras cortado con tijera en pequeños dados. Uvas
moscatel peladas y sin pepitas. Chanquetes y boqueroncitos de Málaga. Su pescado
favorito era la merluza blanca del Mediterráneo, en Granada conocida como “pescá
de Almuñecar”. Como no había frigoríficos eléctricos, y hasta que se montó en
Maracena una fábrica de hielo en barras, éste se bajaba de los neveros de Sierra
Nevada, creo que en serones o espuertas a lomos de mulas.

Enrique Rojas,
sobrino de José Rojas Jiménez, de quien heredó el cortijo.
Enrique Rojas y su
esposa, abuelos de Manuel María, en el cortijo de Los Cipreses.
Antes de cenar, si el tiempo y la estación eran propicios, Miguel el chófer le
acercaba a Los Cipreses y allí la charla se celebraba bajo una gran higuera, en
un paseo de naranjos que estaba orientado a poniente. Charlaban y contemplaban
la puesta de sol los notables de Maracena. A uno lo llamaban “El Cachorro”, a
otro “Pepico el del Encerraero” y a otro tercero “El Pitute”. Boticario y
notario también se asomaban por allá.
Quizás compartió también tertulia con mi abuelo el cura del Cerrillo de Maracena,
a quien mi padre años después ayudó a mantener la pequeña iglesia, a la que donó
la custodia. Los domingos acudíamos a misa de doce al Cerrillo, que lindaba con
nuestra finca, vía del ferrocarril por medio. Una vez me caí por un balate, que
es el borde exterior de una acequia y me hice un chichón importante. La tata
Mariana decidió poner un duro de plata de los llamados cabezones encima de uno
de los raíles del tren. Pasó un tren, el duro se puso al rojo vivo y, envuelto
en un pañuelo, me lo apretó contra el chichón. Aseguro que fue mano de santo,
pues el bulto de la frente se redujo a la nada.

Vistas sobre
Maracena desde el torreón del señorío.
Junto a la columna
del arco derecho, iglesia de San Juan de Dios a la que acudía la
familia Rojas.
Los días de domingo, familia y servicio íbamos, en fila de a uno, por las muy
estrechas veredas que separaban las hazas de labrantía. Mis padres delante, mamá
con velo negro o mantilla y quitasol y detrás todos los hermanos repeinados y
endomingados. En la iglesia teníamos reclinatorios reservados, delante del
pueblo soberano. Como quiera que estábamos en ayunas para poder comulgar,
después de misa nos sentábamos a desayunar en el patio del café Zurita.
Tejeringos y café con leche condensada marca “La lechera”, brebaje que llamaban
“café a la clema”. Que la leche fuera condensada era, por un lado ineludible,
porque no había vacas y, por otro, muy conveniente para no contraer las fiebres
de Malta, endémicas en la zona y transmitidas por las cabras que se ordeñaban de
puerta en puerta.

Manuel María Torres Rojas con su
hermana.
En septiembre, Frasquito el capataz y yo, con mis ocho o nueve
años, nos íbamos a las ferias de los pueblos. Llegábamos en tranvía, pues
Granada tenía una de las redes de tranvías más larga y densa de Europa. A
propósito, mi padre tuvo no sé qué cargo en los Tranvías de Granada, S.A. Conocí
bien Atarfe, Peligros, Pinos Puente, Gabia la grande y la chica, Armilla, en
cuya base estuvo destinado Antonio Mérida casado con Carmen Ramos, Albolote,
Alfacar y su pan blanco, Santa Fe... Para nosotros dos la feria consistía en
llegar a media tarde al pueblo que festejaba a su patrono y meternos en el bar
en donde Frasquito hubiera quedado citado con sus amigos. A mí me dejaban beber
unos culos de cerveza La Alhambra, con aceitunas de tapa.

Azulejos y antiguas botellas
de cervezas Alhambra encontradas en la casería.
Capítulo 9º
(y último)
Lunes, 18 de julio de 2011
Mi madre era muy fervorosa. En el campo de entonces no era raro
blasfemar. Pero ello no convenía a los oídos de mi madre. Tampoco gustaba de
saber que alguien cercano o conocido no cumplía con el precepto dominical. Un
verano amenazó con toda su dulzura al recovero que traía a casa, en carro con
burra, provisiones que no producía nuestra finca, con borrarle de la lista de
proveedores. Consternación. A partir de entonces aquel hombre, dentro de los
linderos de Los Cipreses, no volvió a mentar nada sospechoso de rozar a Dios, la
Virgen o los santos, y aportaba cada semana, lo prometo, un certificado del
párroco de Maracena, que daba fe de su cumplimiento de la obligación dominical.
¡O tempora! ¡O mores!

Josefina Rojas,
hija de Enrique Rojas y su marido Manuel Torres, padres de
Manuel María.

Detalle de la
solería del comedor.
Sobre los colores
rojo y gualda, las iniciales de los Reyes Católicos, Fernando e
Ysabel.
Leones, castillos,
granadas (símbolo de la ciudad), ajedrezados en azul y blanco
componían el mosaico.
No conocí a mis abuelos paternos. Sé que Don Valeriano Torres
fue Coronel Auditor y que estuvo en la guerra de Cuba. Doña Encarnación
López‑Sáez era persona de abolengo, según me dicen. En contra de una leyenda
romántica que atribuía el origen del apellido Torres a raíces árabes, mi tío
y padrino, Manuel Torres López, catedrático de Historia del Derecho, me
aseveró que tenía documentado que los Torres provenimos de Burgos, cosa que,
por cierto, coincide con lo que ponen los libros que tratan del origen de
los apellidos. Y con las repoblaciones y asentamientos que la Corona de
Castilla iba propiciando según y conforme avanzaba la Reconquista.

Cimera de una de
las ventanas del predio con leones y castillos aludiendo al
Reyno de Granada.
Me imagino que otro tanto sucede con tradición semejante sobre el
apellido Rojas y su pretendido origen hebreo. Por un lado ¡vaya Vd. a saber! y
por otro ¡qué más da...! Consulto el diccionario Espasa de apellidos españoles y
leo que el primer apellido de mi madre ¡también proviene de Burgos!; Rojas es
topónimo de un pueblo de esa provincia, desde donde se extendió por toda España,
siendo particularmente recurrente en Andalucía y posteriormente en América.
A veces pienso, y no consigo rememorarlo con precisión, en
nuestro último veraneo familiar en Los Cipreses. Me produce aflicción evocar que
mi postrer verano allí, no fue percibido por mí como tal. Imagino, pero no estoy
seguro, que el final de Los Cipreses fue abrupto: dejamos de ir todos de golpe.
Y punto. Ahora sé que nunca encontraré todas las piezas para hacerlas encajar en
este puzzle de añoranzas.

Estado
del cortijo tras el incendio sucedido en octubre de 2013.
Entre los huecos de las
raíces de los cipreses calcinados, acceso primitivo al cortijo
través de un jardín.
Propiedad del
Ayuntamiento, desde que lo gestiona su deterioro se ha visto
dramáticamente acelerado.
Luego vendrían más de veinte años con la casería cerrada y
huérfana de todos nosotros. En raras ocasiones me atreví a viajar hacia el
pasado, llevando por compañera alguna novia de turno. La finca de Los Cipreses
primero se dejó de utilizar para solaz y recreo y luego se abandonó la labranza.
Los muebles, muchos de ellos de valor no sólo afectivo, fueron unos repartidos
de cualquier manera y otros almacenados en el convento de las Capuchinas de San
Antón, en el que pasó su vida la tía Emilia Rojas, y otros, por fin, botín de
ladrones. Creo que también hubo algún incendio y que centenarios cipreses
ardieron fulminados por los rayos.

Torreón del
señorío desde el que podía contemplarse los cipreses del
cementerio de Maracena.
Mi madre sufría de melancolía en los atardeceres granadinos
cuando miraba hacia Maracena, en cuyo cementerio están enterrados los Rojas. Y
yo padezco hoy del mismo mal, cuando recuerdo a mi madre, a aquellos largos y
cálidos veranos y el triste fin de la Casería de Los Cipreses, ayer huerta, hoy
yerma, a la espera, tal vez, de ser sembrada de bloques de viviendas.
Moraleja:
La Casería de Los Cipreses es hoy propiedad de un empresario
de la construcción de gran éxito y fortuna, nacido precisamente en Maracena
y de quien se cuenta que en sus comienzos trabajó de obrero en el gremio del
ladrillo. Mi padre me dijo una vez que la justificación última del sistema
capitalista es que el dinero cambia de manos. Amén. Pero sigue sin gustarme.
Hermanos presentes en el acto de otorgamiento y firma de la
escritura de compraventa me cuentan que, el comprador exclamó ante el
Notario:
-
“¡Hoy, mi madre, de estar viva, hubiera sido feliz! ¡La finca de
los Rojas en mis manos!”
P.S.:
El
día 14 del mes de noviembre de este año de gracia de 2011 mi madre hubiera
cumplido ciento ocho años.
_______________________________
Localización del texto en Internet: Blog "Venecia - La
Habana" de Manuel María Torres Rojas. Diciembre 2012
Enlace:
http://cuentosencarneviva.blogspot.com.es/2008/06/granada-casera-de-los-cipreses.html

FRAGMENTOS DE LOS
CORREOS DE MANUEL MARÍA TORRES ROJAS
RECIBIDOS DURANTE
LOS AÑOS 2012 -2013

28 de
Diciembre de 2012
En los años ochenta del pasado siglo, la Administración expropió
buena parte de la finca a un precio muy inferior al mercado. El
resto de la propiedad fue adquirida finalmente por un conocido
constructor y promotor inmobiliario, para terminar finalmente el
cortijo siendo por entero propiedad del Ayuntamiento, llegando
bajo esas condiciones al lamentable estado actual.
Como usted comprenderá, mi
único interés al escribir sobre Los Cipreses es literario y de
evocación de recuerdos de infancia y de familia. Agradezco la
referencia que hace de mis relatos que figuran en su Web y me
permito indicarle que el texto íntegro de mi rememoración sobre
la Casería de Los Cipreses se encuentra en el enlace que abajo
le remito.
http://cuentosencarneviva.blogspot.com.es/2008/06/granada-casera-de-los-cipreses.html

Dos pájaros negros
sobre un árbol calcinado del cortijo.
5 de Enero de 2013
A
principios de los años 80 se expropiaron a mi familia las hazas
de la Casería de Los Cipreses que bordean la carretera de Jaén
para ampliar y desdoblar la misma. Es posible que también se
produjera alguna expropiación más en nuestra finca por la zona
de sus lindes con el Cerrillo de Maracena, pero de esto no estoy
seguro.

La línea recta del
horizonte señala el paso de la autovía junto a los bancales del
cortijo.
Cuando
heredamos el predio mis hermanos y yo andábamos en plena
diáspora. La casería había dejado de labrarse hacía tiempo, el
pozo del Patio de los Naranjos se había secado y pasaban los
años sin que ningún hermano, lejos todos de Granada y de su
Vega, pudiera acercarse a la finca y, mucho menos, disfrutar de
unas vacaciones en Los Cipreses. Frasquito, el capataz, se
jubiló. Era preciso buscar un nuevo aparcero, pagar los
impuestos y atender a las tareas imprescindibles de
mantenimiento.

Ventana azul y
blanca junto a imagen de la virgen en la casa de los guardeses.
La devoción
mariana era muy celebrada en Los Cipreses.
El nuevo
administrador de la finca nos informó que había recibido una
oferta de un constructor y promotor inmobiliario. El consenso,
por mi parte a regañadientes, fue aceptar la magra oferta.
Olvidé Los Cipreses como se olvidan las cosas que nos duelen y
que hemos irremediablemente perdido.


La vieja casería
fue adaptada para vivienda de los sirvientes del señorío.
14 de Enero de 2013
Oratorio (como afirman
algunas fuentes) no hubo nunca. Lagar, tampoco, que no había
viñas.
Corrales, establos,
graneros, secadero de tabaco, garaje, lavaderos, vivienda para
los guardeses, abrevaderos... fosas sépticas, depósitos para
agua doméstica, estanque para cocer el lino, otro más para el
estiércol... Sí.

Corrales antiguos
y secadero de tabaco frente a la entrada del torreón de la casa
de labor.

15 de Enero de 2013
El lino se segaba a mano,
con hoces. Las gavillas se sumergían en el agua del estanque,
previamente llenado con agua de la acequia. Aplastábamos el lino
para que no flotara en el agua, con piedras planas y pesadas. El
problema venía al cabo de unos días, cuando la fibra empezaba a
pudrirse y olía a huevos podridos.

Estanque en el
ángulo del torreón del señorío, próximo a la entrada principal.

Estanque visto
desde el torreón. En su interior, resto de una puerta de la
vivienda.
A derecha e
izquierda del estanque, elementos circulares de hormigón.
En la parte
superior de la foto, trazo de una de las acequias de la finca.

30 de Enero de 2013
Intentaré explicar mis
certidumbres sobre Los Cipreses:
En nuestra Casería ni mis
abuelos, ni mis padres, ni nosotros, nietos e hijos, vivíamos de
manera permanente. No fue domicilio fijo de nadie. Mis abuelos
Rojas residían próximos al centro de la capital. Era una finca de recreo y de
veraneo por lo que su mobiliario y equipamiento se acomodaban a
este fin. Es más, estoy convencido de que mis abuelos no
durmieron nunca bajo aquel techo.

Enrique Rojas y su
esposa en Los Cipreses.
(Abuelos de Manuel María
Torres Rojas)
Ni biblioteca, ni oratorio
(como se indica en algunas fuentes), ni columnas dóricas ni
Cristo que lo fundó. Un sólo, enorme eso sí, cuarto de baño en
la planta de arriba y, más tarde, el que mi padre mandó
construir en la de abajo.

Cuarto de baño (de
Popea) en
la segunda planta con balcón orientado a la Vega de Maracena.
Sobre la línea de
azulejos, huella de la cisterna de uno de los sanitarios.

El cuarto de baño
tenía dos puertas de acceso: una general y otra comunicada a un
dormitorio.
La instalación
eléctrica primitiva corría por encima de las paredes.
Detalle de uno de
los primeros interruptores de la luz (cerámica sobre madera).
Azulejos blancos
biselados colocados a soga. Cenefa superpuesta con remate pecho
de paloma.

Cenefa del zócalo
alto del cuarto de baño.

Grifo del cuarto
de baño del segundo piso encontrado entre los escombros.
Con el tiempo, mi padre fue
comprando muebles de época en anticuarios de Granada que
terminaron arrumbados en el convento de una orden religiosa
femenina. Allá mismo terminó su vida mi querida Guillermina.
http://www.culturandalucia.com/Manuel_Maria_Torres_Rojas_2/MEMORIA_DE_GRANADA.htm#Guillermina0
No conocí la
Casería de la
Concepción. Dices que está cerca de Los Cipreses; me extraña no
haber dado nunca con ella en mis paseos constantes, a pie, en
bici y en tranvía, pero...


Dos aspectos de la
Casería de la Concepción
(Pulianas, Granada) construida en el año 1858.
Su paralelismo
arquitectónico con la viaja casería de Los Cipreses (casa de los
guardeses) es evidente.
Es posible que la casona de
"los señores" se construyera pegada a edificaciones
preexistentes: casa de los guardeses, graneros, secadero,
lavaderos, corrales, gallineros y establos; efectivamente,
parecían más viejos y de peor fabricación.

Antigua casería
junto al nuevo cortijo.

Reconstrucción de
lo que pudo ser la fachada principal de la antigua casería.

Entrada al patio
de los naranjos desde la antigua casería.
El estilo nada
tiene que ver con el del nuevo cortijo y sí con otras fincas
eclesiásticas del siglo XVIII.
Uno de los
primeros propietarios documentados del predio fue el Hospital de
San Juan de Dios.
El problema sigue siendo que
no conozco a nadie que viva para cambiar impresiones. Tampoco
hay planos, escrituras u otra documentación. El final de Los
Cipreses no fue grato y han pasado muchos años. Y a mí me duele
el alma al escarbar en mis recuerdos, aunque estén a flor de
piel.

2 de Febrero de 2013
Mi padre mandó construir un
tercer cuarto de baño para uso exclusivo de mis hermanas. Lo
situó en sus habitaciones, debajo del torreón noble, zona que
llamé "gineceo". Los azulejos eran negros.

Dormitorios
ocupados por las hermanas de Manuel María Torres Rojas
(Gineceo).
Puerta de armario
empotrado de láminas acristaladas con escenas de la vida de la
Virgen.

Ventana orientada
hacia la Vega de Maracena y puerta del cuarto de baño.
Jaula de gallinas
y excrementos de animales en el suelo.
Sirvió de corral
durante el tiempo que estuvo custodiado por el Ayuntamiento de
Granada.

Cuarto de baño
anexo a los dormitorios femeninos con azulejos negros.

Vaso adosado para
los cepillos de dientes. Interruptores y enchufes de mediados
del siglo XX.
Los Cipreses no tuvieron
nunca ningún sistema de calefacción, ni estufas, radiadores o
simples braseros de cisco. Insisto: era inhabitable e inhabitado
en invierno, que Frasquito llamaba "livierno".

Comedor en la
primera planta, posiblemente modificado. La chimenea es la única en toda la vivienda.
Techo con falsas
vigas de madera con revestimiento de escayola.
El caserón carecía de
alcantarillado. Para cada baño hubo de fabricarse una fosa
séptica, tarea que seguí con pasión.
Las caserías que me
resultaban familiares se llamaban: Los Arcos, Los Doscientos,
Los Estados Unidos, la de Melchorito y La Sartenilla. La Casería
de la Concepción no se divisa desde Los Cipreses. El camino de
Pulianas y Pulianillas yo no lo frecuentaba.
Mi padre prefería veranear
en la Dehesa de Campoamor.
http://cuentosencarneviva.blogspot.com.es/2008/02/campoamor-aos-50.html

3 de Febrero de 2013
Delante de la fachada
principal había una plazoleta con dos enormes nogales y tres
tinajas grandes, enterradas en el suelo para decantar agua de
las acequias; se tapaban con unas losas redondas con argollas
para tirar de ellas. Pasados los nogales se entraba en el
jardín, con preciosos setos de boj para separar los
parterres. Para entrar o salir del jardín se pasaba bajo dos
arcos formados por cipreses "domesticados".

Aterrazamiento
para jardines frente a la que fuera entrada principal.
En una hilera
frontal de cipreses se abría un camino hasta la plazoleta de las
tinajas.
Puede verse los
huecos dejados por los cipreses después del último incendio
(Octubre, 2013)

5 de Febrero de 2013
Las hazas lindantes con la carretera de Jaén
fueron expropiadas para ampliar esa vía. El justiprecio fue
ínfimo, máxime si se tiene en cuenta que era la mejor tierra de
labor, y la casa quedó devaluada al resultar mucho más pegada al
tráfico y sus molestias. Ignoro si hubo más expropiaciones en
otras áreas de Los Cipreses. La Casería fue antaño una
maravillosa y recoleta finca de placer y labranza. ¿Qué queda de
ello?
La casa tenía dos
enormes salones, uno en cada planta. Por la puerta principal se
accedía al zaguán, revestido de azulejos. Percheros, paragüeros,
bancos renacimiento y dos arcos a cada lado del acceso al salón.
Enfrente, la puerta de cristales plomados que daba al patio de
los naranjos. En él, una gran morera con herrajes para que la
copa diera mucha sombra. Paredes cubiertas de hiedras con
troncos como puños. Al fondo dos enormes tilos.
A la izquierda
del zaguán, el cuarto de estar. Mesa grande faldera para
desayunar. Butacas y divanes. Aparato de radio.

Salón de la planta
baja. Zaguán (derecha) y puerta al patio de los naranjos
(izquierda).
Al fondo, escalera
presidida por vidriera de cristal veneciano en azul y blanco.

Falsa viga de
madera sostenida por zapata revestida de escayola policromada.

Salón de la planta
baja desde el arranque de la escalera.
Detalle de los
balaustres de madera torneada. Al fondo, el comedor.

Dos perspectivas
de la escalera y su barandilla de madera.
Contrahuella con
azulejos blanquiazules ajedrezados y huella de mármol blanco.

Salón del segundo
piso visto desde la escalera. A la derecha balcón con vistas al patio de
los naranjos.
Frente al balcón,
puerta del dormitorio principal.

Salón del segundo
piso. Vidriera y balaustrada sobre la escalera.
Puerta del
dormitorio arrancada sobre restos de solería destruida.

La siguiente
puerta, de dos hojas, era la entrada al comedor, que era muy
grande con balcón y ventanas a dos fachadas. Vigas de madera
vista, mesa maciza para dieciséis o dieciocho comensales y óleos
de época: “Essaú y el plato de lentejas”, una “Última Cena”
escuela sevillana, y una chimenea revestida de azulejos que no
me gustaba nada y que no se encendió nunca.

Comedor de la
planta baja con falsas vigas de madera vista en el techo.
Chimenea,
posiblemente remodelada en los últimos tiempos del cortijo.

Solería del
comedor. Torres, leones, castillos... y las siglas de los Reyes
Católicos (F - Y)
El piso del
comedor y los azulejos de los zócalos altos de la casa eran de
Fajalauza, exactamente iguales a los de mi hotel favorito: El
Nacional de La Habana. La historiadora que me guió en Cuba me
confirmó que la azulejería de hotel se encargó a Fajalauza por
aquellos años. Era el hotel favorito de los gansters de Estados
Unidos.

6 de Febrero de 2013
La escalera que une ambas plantas tenía los
peldaños de mármol blanco y unos buenos pasamanos de madera
noble. Las contrahuellas eran muy bellas, fabricadas con
azulejitos blanquiazules. Por ahí debe haber una foto mía, hecho
un primor.
Escalera.
Detalle
de los azulejos de la contrahuella. Baranda de madera.
Un gran vitral plomado con cristales venecianos
que permitían adivinar la hilera de avellanos que bordeada la
acequia que separaba las hazas de sembradura, hazas que se llevó
el viento expropiatorio.

Vitral plomado con
cristales venecianos.
En el salón de arriba mis padres se prepararon sus aposentos,
muy "modern art", divididos por una gran puerta corredera con
cristales ¡venecianos! En todos los dormitorios contábamos con
aguamaniles, jofainas y útiles para refrescarnos.

Puerta corredera
dividiendo en dos estancias el dormitorio principal.
A "mon père" le dio por empotrar armarios en nuestros
dormitorios, que no en el suyo, bien provisto de muebles de
maderas de raíz de olivo y lunas de tres cuerpos.

Armario empotrado
en uno de los dormitorios del segundo piso.
Donde hablo de
aguamaniles y jofainas se puede añadir. En el mío firmé el
famoso pacto de caballeros con el ratón que se comía mi jabón,
según relato en este cuentecillo.
El ratón que se comía mi jabón.
De la planta de
arriba, lo más destacable era el gran cuarto de baño inglés,
con su balcón orientado hacia Maracena, su grifería y
apliques importados de las Inglaterras, y su tamaño,
suficiente para albergar a Popea. También era agradable el
gineceo de las hermanas, con balcones y ventanales a dos
fachadas, y una salita de estar muy coquetona. En un extremo
del salón se instaló una mesa de pin-pon, con tresillo para
ver los partidos. Pegadito al baño, con su balcón dando a la
morera, un ropero tamaño natural.
En el salón de abajo
habían tres ambientes distintos, sin separaciones físicas.
aunque sí morales. "Fumoir" para hombres, zona de costura,
bolillos incluidos, para mujeres y área mixta para juegos de
salón y de cartas. Palé, canasta, "robi" (no sé cómo se
escribe) "whist" (o algo así)...(¿quién lo va a comprobar?)
En la casona había
algunas piezas apreciables de pintura granadina. Morcillo,
Suárez, López-Mezquita, Cuesta y otros. También había
lienzos de Ramón Carazo y de Madrazo. Sin faltar uno de
Miguelito (sic, padre dixit), de Rodríguez Acosta.
7 de
Septiembre de 2013
Estimada Milagros:
Una amiga granadina me
manda un reportaje fotográfico sobre le muerte anunciada de
Los Cipreses. Correspondo a tu amabilidad de hace unos
meses, reenviándote los testimonios del hundimiento final.
Recibe un saludo muy
cordial de tu amigo.

Granadas
carbonizadas en el incendio de octubre de 2013.
22 de
Septiembre de 2013
De Los Cipreses no
entiendo nada. Si se piensa restaurar ¿por qué han permitido
el pillaje en los últimos meses?
El uso que se de a la casa
rehabilitada resultará un fiasco. Una vez inaugurada, se
acabará la dotación para personal y gastos corrientes y...
otra vez al abandono, pillaje y saqueo.
Usted ha trabajado gratis
et amore, sin
obligación de tipo alguno.
23 de
Septiembre de 2013
Bueno, querida Milagros,
quede claro que lo que quede a salvo se deberá a su
desinteresado esfuerzo. La Casería, con las expropiaciones,
murió como finca de labor. Lo que queda está rodeado de
carreteras y de construcciones de dudosa calidad.
Es posible que el edificio
rehabilitado termine convertido en lugar para "bodas,
bautizos y banquetes". Será lo que esté escrito en las
estrellas.
En fin, entre las ramas
secas de lo que fue un jardín de otoño...
Gracias por todo, con mi
afecto y consideración.
Manuel María
6 de Noviembre de 2013
Cuando se vendió la finca, a precio de saldo, nada más y
nada menos que en los años ochenta del pasado siglo, con
su bella casa, a un promotor-constructor granadino, todo
ello estaba en perfecto estado de conservación. A tal
efecto, habíamos contratado a dos nuevos guardeses.
El declive del Cortijo de Los Cipreses no es, por tanto,
responsabilidad de los herederos de Don Enrique Rojas.”

Granada y azulejo
de Los Cipreses.
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