EL AGUA: POR RAZÓN Y POR DERECHO Milagros Soler Cervantes
Dicen los que me conocen, que algunas veces les planteo cosas que les quitan el sosiego. Bien que lo lamento, pero es que me gusta compartir pensamientos, intercambiar ideas, conocer opiniones, formarme criterios sobre temas y circunstancias. Y claro, comprendo que eso puede molestar a quienes no los les apetece mucho calentarse la cabeza. Bastante tienen ya con sus cosas...
Hoy (empiezo por disculparme), os he elegido a vosotros, pacientísimos lectores, para haceros participes de algo que, aunque era y es evidente, esta lumbrera que os escribe descubrió ayer viendo la tele. No recuerdo el título del documental, ni siquiera la cadena que lo emitía. Trataba del problema del agua en algunas regiones del planeta. Se narraban dos ejemplos: Uno en algún punto de Sudamérica y otro en Estados Unidos.
En Sudamérica, concretamente en la región de Cochabamba, una multinacional extranjera (norteamericana, por supuesto), había privatizado los recursos acuíferos. Puso precio al consumo del agua, lo que dejaba a los indígenas sin tener derecho a acceder a ella. El Estado, ante la situación de precariedad en el que se encontraba la población más desfavorecida, permitía, simulando ignorar los hechos, que el agua fuera robada de con tuberías clandestinas. Es más, facilitaba con subvenciones los picos y las palas para que los afectados llevaran a cabo su acción de hurto.
En Estados Unidos, una mujer que tenía a su cargo tres nietos, no podía asumir el precio abusivo de la factura del agua en su municipio. Al no reunir su casa las condiciones óptimas de higiene, los servicios sociales amenazaban continuamente con retirarle la custodia de los niños.
Al igual que su vecina de la América pobre, tuvo que robar agua, siendo ella ciudadana de la América rica. La única diferencia es que en Sudamérica, en las obras trabajaban grupos de vecinos solidarios, mientras que en las de Estados Unidos existían empresas especializadas en este fraude a la Administración, que disimulan tal actividad bajo aspectos de actividades legales. Mientras lo veía pensé para mi capote: ¡Uf!, menos mal que aquí no pasa eso
¿Qué no pasa eso?, me respondí inmediatamente. ¡Claro que pasa! Como decidan subirnos el recibo del agua, ya veremos quienes son los primeros en dejar de consumirla. Seguro que no les afecta lo mismo a quienes disfrutan de los campos de golf y las piscinas que a los barrios obreros del extrarradio.
La transparencia de una botella de agua que tenía cerca me pareció más nítida y pura que nunca. Para mi sorpresa, en vez de producirme sensaciones semejantes a la relajación y la serenidad de los manantiales, me hizo sentir una inquietud que al principio no sabía muy bien como explicarme. No tardé mucho en dar con las claves de mi estado de ánimo. Es que esa botella ¡la había comprado! Dependía, por lo tanto, del precio que quisiera ponerle el fabricante, de la política económica del Sector que privatiza las aguas, de las directrices que el gobierno de turno quisiera darle a las regulaciones de precio y consumo.
Mi precariedad, como consumidor en potencia de ese líquido vital, era tan dependiente como la de aquellos conciudadanos cuya experiencia me había escandalizado. La diferencia era que en Occidente, el agua no es aún un objeto de especulación por ser un recurso todavía relativamente abundante.
El hecho de comprar la botella me convertía en una “potenciadota” de la privatización de llamado “oro azul”. Me convertía en cómplice de aquellos que roban los recursos colectivos del planeta para explotarlos en beneficio propio. Estaba contribuyendo a que el robo del agua de muchos resultara rentable a unos pocos. El resumen de todas estas reflexiones se condensaron en una frase que dirigí a mi hermana, otra a víctima inocente de mis disquisiciones:
—Carmela ¿Te has dado cuenta que al comprar una botella de agua, estamos potenciando la privatización de un patrimonio colectivo de la humanidad?
Me contestó:
—¿Y que sugieres?¿Vamos a buscarla personalmente al río Genil o pedimos directamente el cierre la fábrica Aguas Lanjarón?
Pensé:
—Pues si la independencia de Estados Unidos comenzó por el Botín del Té en Boston, más lógico sería que nosotros la iniciáramos por el agua, digo yo, pensé.
Sin embargo, no repliqué para evitar distraerla de lo que en aquel instante le ocupaba. Parecía evidente que su ánimo no estaba para debates. Entonces decidí contároslo a vosotros, por si acaso estuvierais de acuerdo en la idea de que deberíamos empezar a plantearnos, como un derecho irrenunciable, el acceso y consumo del agua. Eso, con todas las garantías que la Ley concede a la Libertad, la Igualdad y a la Dignidad inviolable del ser humano.
Si cuando compréis una botella de agua os acordáis de lo que hoy os escribo, por favor, sed condescendientes y perdonad que este pensamiento mío acaso perturbe el momento jubiloso de vuestra adquisición. Disfrutad al reconoceros como seres pertenecientes a esa clase privilegiada que puede permitirse pagarla y poseerla. Participad del hecho, con la alegría que lo hacen algunos consumidores anestesiados por el Sistema, porque ellos todavía no son conscientes de la trascendencia del acto.
Granada, 4 de Septiembre de 2008
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